Fénix 48, 161-178

173 F énix . R evista de la B iblioteca N acional del P erú , N.48, 2020 Lo «otro» no solo es respetable, «lo otro» nos hace falta. Sin «lo otro», lo «uno» se seca. Sin preguntas, las respuestas se atontan. Es probable que el lobo del juego nos esté esperando en medio de ese enmarañado bosque, pero un lector es tan valiente como para enfrentarlo. Michèle Petit nos muestra cómo la lectura literaria permite que los lectores creen su espacio propio. Por medio de una serie de testimonios, nos damos cuenta de la impor- tancia de este encuentro con un «otro», con su negatividad —vacío, extrañeza, enigma, pregunta—. Agiba, una adolescente de dieciséis años, de familia musulmana, dice: «Yo tenía un secreto mío, era mi propio universo. Mis imágenes, mis libros y todo eso. Ese mundo mío está en los sueños» (Petit, 2001, p. 43). Ella estaba creando su propio univer- so. Un espacio propio donde nadie más influía, donde a través de las palabras heredadas por el escritor iba desvelando los secretos que había en su interior. Leamos ahora el tes- timonio de Christian, que también tiene dieciséis años y vive en un hogar para trabaja- dores jóvenes: «Me gusta todo lo que tiene un aire a Robinson (Crusoe), las cosas así. Me permite soñar. Me imagino que algún día llegaré a una isla, como él, y a lo mejor, quién sabe, podría hacerme una cabaña» (Petit, 2001, p. 43). El espacio que Christian se ha construido es un territorio independiente, autónomo. Se siente capaz de enfrentar solo el poco amigable espacio de una isla. Estas palabras reafirman la capacidad de los lectores para sortear rumbos imprecisos, desconocidos, escabrosos, desolados: «los lectores son viajeros; circulan sobre tierras ajenas, como nómadas que cazan furtivamente a través de campos que no han escrito» (De Certeau, 1996, p. 187). Son cazadores de palabras en medio de un bosque con insospechables riesgos. Montes propone que el espacio propio que crea un lector es una forma de «frontera». Una frontera, por supuesto, indómita», indomable, autosuficiente. A lo que agrega: Recalé en la noción de frontera, un sitio —asociado de alguna manera al juego— donde yo estaba cuando leía, y cuando me leían, y también, después, cuando escribía. Un sitio en el que no era ni yo misma ni el mundo, sino otra dimensión, que en esa práctica y con esa práctica se volvía habitable y acogedora (Montes, 2017, p. 24). Este es el espacio que surge cuando leemos. Una frontera indomable, inalienable, aje- na al mundo y ajena inclusive a nosotros mismos, por momentos fuera de todo nuestro control, sin que eso signifique que no podamos construirnos a partir de esa experiencia. El profesor mexicano Gregorio Hernández dice que «un lector es alguien que se apropia del lenguaje de otros para expresar sus propias intenciones y para convertirse en un autor y actor de su lugar en el mundo» (como se citó en Castrillón, 2011, p. 56). La tentación de lo imposible El lector ha creado un espacio propio e inalienable por medio de la lectura. Ha creado un espacio poético que ha terminado por construir una subjetividad necesaria para Juan José Magán Joaquín

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