Fénix 48, 161-178
174 F énix . R evista de la B iblioteca N acional del P erú , N.48, 2020 enfrentar el mundo. ¿Solo para él? Podríamos pensar que un ejercicio que se da en soledad —como lo es la lectura— termina por construir nada más que un espacio para el lector. ¿El lector entonces se olvida del mundo y se sumerge en este mundo de ficción donde todo le pertenece? En principio, retomando brevemente a Arendt, queremos proponer que la lectura no es un ejercicio en soledad sino en solitariedad, que, desde luego, para nuestra autora —y lógicamente es parte de nuestra propuesta— son diferen- tes. La soledad, dice Arendt, no consiste solo en una forma de aislamiento, en que los hombres plurales se pierden los unos a los otros como en la destrucción del espacio pú- blico. «La soledad es una experiencia que nace de la destrucción simultanea del ámbito privado de la existencia, en el cual el hombre pierde toda relación con el mundo en cuanto obra humana experimentada en la actividad de la fabricación» (Arendt, 2006, p. 635). En soledad, el hombre pierde el «sentimiento de la realidad» dado por el senti- do común y, al fin, se pierde a sí mismo como compañero durante el diálogo reflexivo del pensamiento. El lector puede leer de forma solitaria, claro. En general, la lectura es un acto que uno hace de forma íntima y personal, pero eso no implica que sea un ser alienado y que no tenga un diálogo constante consigo mismo y con el mundo, o sea, con el espacio que habita entre los seres humanos. El lector de ninguna forma puede quedarse aislado en ese espacio ajeno al mundo que lo rodea. Enriqueciendo el diá- logo, podemos discrepar con algunas cuestiones que nos sigue planteando Blanchot. Blanchot menciona que «aquellos que entran al mundo del escritor, donde él es el señor del imaginario, pierden de vista los verdaderos problemas de sus vidas» (2007, p. 302). Del mismo modo, dice que «el escritor arruina la acción, no porque disponga de lo irreal, sino porque coloca a nuestra disposición toda la realidad» (2007, p. 305). Particularmente, discrepamos con la idea de un lector seducido e inmerso de forma total en el mundo de la ficción. Por supuesto que cuando lee- mos, la lectura instala su propio tiempo, su propio espacio y nos mantenemos en esa frontera que ya hemos definido; pero, luego de ella, no seguimos aislados del mundo ni esperando quedar en la ficción; muy por el contrario, la literatura nos hace ingresar de una forma diferente al mundo en el que vivimos. La lectura, como espacio propio, espacio de construcción de sí, un espacio en libertad, crea lectores que sean la enfermedad del sentido común, con la consciencia de que solo pode- mos convivir reconociendo la pluralidad de cada ser humano. ¿Por qué las tiranías han quemado con tanto empeño miles y miles de libros, entonces? Por ejemplo, Ray Bradbury, en su conocido libro Fahrenheit 451, da cuenta de la importancia del control sobre las bibliotecas en una sociedad donde lo que menos se quiere es la libertad de pensamiento. Es que la literatura es pluralidad, desvío, diversidad. La literatura no ofrece explicaciones, sino muestra otros universos para seguir colocando más preguntas en las mentes de los lectores; la literatura no ofrece respuestas, no da recetas. Los lectores se descubren a sí mismos y en su propio camino, pues cada lector tiene ante sí un libro diferente. Cada libro es un mar Un espacio para los lectores
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