Fénix 48, 161-178

175 F énix . R evista de la B iblioteca N acional del P erú , N.48, 2020 de preguntas y tensiones. ¿Qué es un libro, un librito, en ese fluir, ese universal manar del tiempo que, para gloria nuestra, registramos y, para nuestra desgracia, sufrimos? El libro es todo un conjunto de experiencias y a él estamos unidos de manera única: Un libro leído y amado es un bien irremplazable. Para el verdadero lector no existen li- bros idénticos, por semejantes que sean. Cada libro es para él una amistad con todas sus grandezas y sus miserias, sus disputas y sus reconciliaciones, sus diálogos y sus silencios. Al releer estos libros —el amante es sobre todo un relector— irá reconociendo sus horas perdidas, sus viejos entusiasmos, sus dudas inútiles. Un libro amado es un fragmento de vida. Perdido el libro, queda un vacío en la memoria que nada podrá reemplazar. Los verdaderos amantes de los libros inscriben su vida en ellos (Lee por Gusto, 2015). Un libro además nos muestra un camino hacia un mundo diferente. Al encontrar en la ficción un mundo distinto al que vivimos, nos transmite un impulso utópico. No me refiero a una utopía en su definición habitual, la que dice que es un no-lugar, un imposible; sino más bien a una utopía que es un principio de cambio, sabiendo que la sociedad que deseamos no es imposible, sino que es solamente algo que «todavía no» está ahí, como bien lo ha mencionado el filósofo alemán Ernst Bloch. ¿Qué libros fueron prohibidos durante nuestra historia? Ejemplos tenemos varios: Madame Bovary , los libros del Marqués de Sade y Los miserables de Víctor Hugo. El últi- mo podemos recordarlo junto con el estudio que de él hace el escritor y premio nobel peruano Mario Vargas Llosa. Él menciona que una de las críticas más lacerantes, que hizo el reconocido Alphonse de Lamartine, fue que el libro era un instrumento que fomentaba el deseo de la revolución, que animaba al cambio social, a la desobedien- cia, a enfrentarnos a la autoridad. El libro fue prohibido porque podía lograr que sus lectores pasen de la contemplación a la acción (Vargas Llosa, 2004). Del mismo modo que Los miserables , un libro escrito por José María Arguedas (1996) nos invitaba a la acción. En El zorro de arriba y el zorro de abajo, donde nos deja algunas cartas y reflexiones propias que intercala a la ficción, encontramos ideas de cambio social, del recuerdo de nuestras tradiciones para afrontar esta modernidad, de denuncia frente a la injusticia y la desigualdad. Uno de sus más grandes estudiosos, Martín Lienhard, dice que para Arguedas la continuación de El zorro... no podrá ser literaria sino política: la hará el lector colectivo que crece poco a poco, a lo largo de la novela, para convertirse al final, algo míticamente, en actor de la historia (1990). El lector pasa de una lectura en soledad a una lectura del mundo particular e ingresa al mundo avizorando una realidad diferente. El lector es, pues, emancipación, un grito en el silencio, un malestar para el orden, una piedra en el zapato, un buscador de utopías; acepta la extrañeza de los otros, las valora y las necesita, no siempre se obsesiona con los academicismos, las grandes expli- Juan José Magán Joaquín

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