Fénix 48, 161-178

176 F énix . R evista de la B iblioteca N acional del P erú , N.48, 2020 caciones de lo que el autor de un libro quiso decir ni las corrientes literarias a las que pertenecieron, en ellos primero encuentra sentido y significado, demora y paciencia, desde su frontera indomable e irreprimible, nos demuestra que las campanas que sue- nan en el libro tocan para cada uno de nosotros. Nos gustaría, así, para enfatizar la importancia de los libros, instrumentos de los lectores, terminar este ensayo con algunas de las palabras que el escritor español Federico García Lorca —asesinado durante la dictadura de Francisco Franco— ofreció durante un discurso, al inaugurar la primera biblioteca de su pueblo natal, Fuente Vaqueros, en Granada: ¡Libros! ¡Libros! Hace aquí una palabra mágica que equivale a decir: amor, amor, y que debían los pueblos pedir como piden pan o como anhelan la lluvia para sus sementeras. Cuando el insigne escritor ruso Fedor Dostoyevsky, padre de la revolución rusa mucho más que Lenin, estaba prisionero en la Siberia, alejado del mundo, entre cuatro paredes y cercado por desoladas llanuras de nieve infinita, y pedía socorro en carta a su lejana fami- lia, solo decía: «¡Enviadme libros, libros, muchos libros para que mi alma no muera! Tenía frío y no pedía fuego, tenía terrible sed y no pedía agua: pedía libros, es decir horizontes, es decir, escaleras para subir la cumbre del espíritu y del corazón. Porque la agonía física, biológica, natural, de un cuerpo por hambre, sed o frío, dura poco, muy poco, pero la agonía del alma insatisfecha dura toda la vida (Red de Bibliotecas, 27 de marzo de 2015). Un espacio para los lectores

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