Fénix 48, 161-178

164 F énix . R evista de la B iblioteca N acional del P erú , N.48, 2020 ces, exactamente qué queremos decir cuando decimos que alguien es «un lector»? O, mejor dicho, ¿a quién? ¿Qué lo caracteriza y, en general, qué artefacto es el que lee? La escritora argentina Montes nos cuenta que cuando decimos que alguien es un lector «imaginamos a alguien audaz y avisado, alzado contra discursos paterna- listas o represivos, alguien inquieto, curioso, hurgador de ideas y lo bastante va- liente como para entrar sin guías de turismo en los laberintos» (2017, p. 36). O sea, un lector es alguien que no necesita del hilo de Ariadna para llegar al centro del laberinto y enfrentar al Minotauro. ¿Cómo podemos llegar a esa independencia como lectores? ¿Existirá un tipo de libros más adecuado para que podamos crear ese espacio subjetivo profundo y sin temores? La antropóloga francesa Petit nos sugiere que es la lectura literaria, en otras palabras, la lectura de literatura, la que podría comenzar a construir en nosotros mismos lo que ella llama un «sí mismo» o una «subjetividad» (Petit, 2001). Ella menciona que un lector elabora un espacio donde no depende de nadie más y donde es capaz de tener un pensamiento independiente. Los cazadores de Lascaux y Altamira colocaban sus manos en las paredes como un ritual mágico para atrapar a los animales que cazaban o querían cazar. El lector usa la lectura para cazar las palabras donde ellos mismos se verán reflejados. Cuando Marcel Proust menciona que cada lector es, cuando lee, el propio lector de sí mismo y que la obra de un escritor no es más que una especie de instrumento óptico que él le ofrece al lector a fin de permitirle discernir aquello que sin ese libro quizá no habría visto en sí mismo, nos muestra esa posibilidad que nos brinda la literatura para encontrar en ella nuestros más profundos secretos. Pero ¿qué fuerza se esconde en la literatura para que sea capaz de crear una habitación para uno mismo? ¿El fuego de Prome- teo permanecerá en ella? El fuego y el vacío Les pedimos que lean esta historia esperando encontrar justificación para la extensión de la cita: Cuando el Baal Shem, el fundador del jasidismo, debía resolver una tarea difícil, iba a un determinado punto en el bosque, encendía un fuego, pronunciaba las oracio- nes y aquello que quería se realizaba. Cuando, una generación después, el Maguid de Mezritch se encontró frente al mismo problema, se dirigió a ese mismo punto en el bos- que y dijo: «No sabemos ya encender el fuego, pero podemos pronunciar las oraciones», y todo ocurrió según sus deseos. Una generación después, Rabi Moshe Leib de Sasov se encontró en la misma situación, fue al bosque y dijo: «No sabemos ya encender el fuego, no sabemos pronunciar las oraciones, pero conocemos el lugar en el bosque, y eso debe ser suficiente». Y, en efecto, fue suficiente. Pero cuando, transcurrida otra generación, Un espacio para los lectores

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