Fénix 7, 26-108

verdadera originalidad está en la persona, cuando tiene ser fecundo y valer bastante para trasladarse al papel y quedar en lo escrito como encantado, dán- dole vida inmortal y carác.ter propio". Entre críticos y bibliógrafos se consi- dera que existe mayor grado de originalidad en el autor de mayor antigüedad, como sucede con las grandes obras de la época ciásica. Empero, esta no podría ser una pauta absoluta, pues de hecho existen numerosas excepciones en ia his- toria de la iiteratura, de la ciencia y del arte; así, por ejemplo, Goethe, en su "Ifigenia" sigue las formas temáticas y textuales de Eurípides y, en su "Fausto", trasunta motivos del folklore germánico medieval, todo lo que no basta para quitar a tales obras un fondo y una forma completamente originales. Cosa se- mejante acontece con "La Divina Comedia" de Dante, cuya originalidad es innegable, a pesar de que sus personajes y asuntos andan en la teología y en la mística católica y, en parte, en "La Eneida" de Virgilio. Es cierto que entre esta categoría de originalidad y otras que lindan con el plagio existe clara di- ferencia; y el bibliógrafo debe establecer de modo perentorio cuándo y en qué medida un texto corresponde a quien figura como su autor original e in- dubitable. 8: 5 . Grados v aspectos bibliográficos del plagio. Pletórica está la historia de la literaatura, de la ciencia y del arte, de apropiaciones ilí- citas de un texto o de un tema, y en grados sin fin. Remitimos a quien se interese por este punto al libro "El Plagio" de Domenico Giurati, del cual tomamos los siguientes apuntes: la palabra "plagio" aparece por primera vez en las leyes romanas y designa el hecho por el cual es secuestrada una perso- na libre. El plagio en Roma era un hecho violento; el plagio literario, en carn- bio, es un hecho subrepticio y, como dice Giacomo Thomasius (en su "Diser- tación filosófica acerca del plagio literario") "antes de Marcial ningún escritor aplicó los nombres de plagium o de plagiarius al robo literario". La casuística del plagio es cuantiosa; y unas cuantas citas darán una idea de su profusión. Chateaubriand plagió a Marcassus en "La recién casada de la isla de Formosa*, a Saint-Lambert en el "Abénaki" y a Marmontel en "Los Incas". Víctor Hugo plagió en "Nuestra Señora de París" a las novelas escritas a comienzos del si- glo XIX por D'Alincourt, en su "Han de Islandia" al novelista irlandés Ma- turin, en su "Ruy Blas" a León de Wailly; etc. Alejandro Dumas (padre) pla- gió su "Ricardo Darlington" a Walter Scott y a Schiller; sus "Los Tres Mos- queteros" a Courtil de Sandrao. Jorge Sand plagió sus novelas "Lelia" e "In- diana" de noveluchos apenas leídos en la época de Luis XIV. Eugenio Sué tomó sus "Misterios de París" de la obra "Dos originales" de Madame Mon- borne, y su "El Judío Errante" de la obra "La Mentira" de Miguel Masson. Gustavo Flaubert se apropió de la obra "Historia céltica de Amendorix y de Celanira", escrita en 1634 por Hotman, para escribir su famosa "Salambó". Alejandro Dumas (hijo) pescó "La Dama de las Camelias" en la novelita "Fer- nanda" que un tal Hipólito Auger vendió a Alejandro Dumas (padre); etc., etc. Otro campo donde se comete profusamente el plagio es en las traduccio- nes, cuyos textos, por poco que varíen, no es posible verificar, salvo prueba Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.7, 1950

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