Fénix 8, 395-418
4 12 FENIX Ocampo (1543), Jerónimo de Chávez (1561), Francisco Vicente de Torna- mira (1585) y Rodrigo Zamorano (1594); o en las celebradas historias de Pedro Mártir de Anglería (1511 ) y Jerónimo Benzoni (1578). En aquella época, la condición civil de los aborígenes americanos avivó escrúpulos reli- giosos y huxenitarios, y promovió las disertaciones polemizantes del evangé- lico fray Bartolomé de Las Casas, así como las apasionadas controversias de Juan Ginés de Sepúlveda (1550) y Bernardino de Arévalo (1557); y la acción legisladora de España en las Indias inspiró los comentarios de Juan de Ma- tienzo y Diego de Encinas. La gesta conquistadora que en el Perú animara la sed de oro y fama, y sus violencias mal reprimidas por el espíritu cristiano, fueron esclarecidas en las memorables crónicas de Cristóbal de Mena (1534), Francisco de Xerez (1534), Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés (1535), Nicolás de Albenino (1549), Francisco López de Gómara (1552), Pedro Cie- za de León (1553), Agustín de Zárate (1555), Diego Fernández (1571) y José de Acosta (1589), cuyos asertos excitaron y aun condicionaron, en cierto modo, la austera visión del pasado peruano, que el Inca Garcilaso habría de concluir en los primeros lustros del siglo XVII. Y, como una lógica proyec- ción del dominio sobre el antiguo imperio, formáronse entonces los primeros vocabularios y "artes" de las lenguas indígenas, fueron compuestos los prime- ros textos de doctrina para uso de los curas de indios, los concilios diocesanos establecieron las normas de la política mlisional, y entre las auras de la paz prosperaron los juegos de la cortesanía literaria y las vocaciones humanistas. De ello puede inferirse que siempre ha de ser fructífera la consulta integral de un repertorio donde se halla exactos pormenores de obras tan diversas y abundantes, y que sus datos suministran primarios y seguros derroteros a cuan- tos se aventuran en los campos culturales hacia los cuales extiende su interés. Pero, no obstante las múltiples sugestiones que destacan tras la simple descripción bibliográfica o de las notas copiosamente documentadas, aún es preciso mencionar que la Biblioteca Hispano-Americana (1493-1810) incluye en su tomo VI un valioso estudio en torno a la legislación que durante el dominio español reglamentó, en América, la impresión y el comercio de li- bros; sobre la vida y la versátil fecundidad del erudito Antonio de León Pi- nelo, primer bibliógrafo del Nuevo Mundo; y sobre el desenvolviniiento de la bibliografía hispanoamericana. Se debe recordar que, paralelamente a esa obra, el propio José Tciribio Medina daba a la publicidad su Biblioteca His- pano-Chilena (1523-1818) ( 3 vols. Santiago de Chile, 1897-1899); y, como muchos libros debían figurar en ambas, optó por consignarlos allí, para no abultar con exceso el volumen y el costo de la Bibfioteca Hispano-Americana (1493-1810); de manera que los vacíos advertidos en ésta suelen ser sólo aparentes y su subsanan mediante la consulta adicional del trabajo citado. Y, finalmente, debe advertirse también que el eminente investigador amplió la bibliografía general de la Asnérica Hispana, al desvelar los vastos horizon- tes de las especialidades culturales, mediante dos monografías en las cuales aplicó durante largos años su penetrante laboriosidad: Ensayo cle una biblio- grafía extranjera de santos y venerables americanos (Santiago de Chile, 1919), cuya calificación atiende a la circunstancia de reunirse en ella los libros "cu- Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.8, 1952
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