Fénix 8, 395-418

396 FENIX cies. Destruída e ignorada, la cultura americana requería un estudio que des- velase en ella cuanto había de "nuevo y peregrino" -según lo dijera el eru- dito lisboeta-, o propagase la fama de los "genios sublimes" que en sus paisanos admiraba el jurista limeño. Y, no obstante ser ésta una tarea que exigía la consagración del historiador, fué largamente diferida, y durante al- gún tiempo llevada a cabo sólo en forma fragmentaria o sentimental, porque no había una ordenada descripción de las fuentes en las cuales debía son- dear el especialista las vivencias del pasado, ni estudios pertinentes al origen y el desenvolvimiento de nuestras sociedades y sus creaciones, ni repositorios organizados donde al menos fuese posible rastrear las secuencias del esfuer- zo realizado por el hombre en esta parte del mundo. Así como el berieficio de los minerales requiere vías de penetración al oscuro seno donde la tierra los oculta, la investigación de los hechos y las obras de cada pueblo exige la cabal identificación'de los testimonios y los estudios que a ellos se refieren, el examen imparcial de su contenido y de sus aportaciones específicas, el es- clarecimiento de los problemas pertinentes a su publicación y su trascenden- cia. Y la realización de estas labores previas compete al bibliógrafo, quien franquea el acceso a las vetas donde yace el mensaje de las generaciones idas, y funge así como el eficaz colaborador que para escrutar en el pasado necesita el historiador. Con palabra autorizada y penetrante, que sólo podía expresar quien hu- biese cultivado ambas disciplinas, puntualizó Menry Narrisse las aportaciones que la Bibliografía ofrece el historiador, cuando sus datos son debidamente analizados (4) : Una bibliografía no es necesariamente una lista de los libros contenidos en una biblioteca determinada; pero, aun dentro de los límites de esta modesta definición, posee un valor que subsiste, y es aprovechable, mucho tiempo después de que los libros descritos se hayan dispersado o destruído. A menudo, un simple título sumi- nistra al historiador ei eslabón que por sí solo puede impartir una conexión lógica a u trabajo. Ese título puede conducirlo a estudiar u11 libro que fué quizá desconocido por sus predecesores en el mismo campo de investigación, y de tal estudio puede adquirir con frecuen- cia un conocimiento de ciertos hechos que lo inducirían a alterar completamente su plan de trabajo. Por cierto que, examintido a su propia luz, un catálogo de libros debidamente elaborado es una resplandeciente cronología de hechos intelectuales, y no hay Biblio- teca Filosófica que no exhiba, en mayor o menor grado, la historia del pensamiento humano. Pero es en las ciencias exactas donde los catálogos aparecen cargados de las más útiles enseñanzas. En ellos vemos, de una sola mirada, las tentativas y las teorías, a menudo llenas de errores, que han abierto el camino hacia el descubrimiento de aquellas grandes verdades que ya no escaparán a nuestro domi- nio. ;Los prístinos títulos asignados a los trabajos de Lulio, Para- -- tigo y Tomás Igiiacio Palomeque, cuyos servicios a la República fueron bastante dostaca- dos; y el limeño José Baquíjano y Carrillo. De manera que la alusión de Vidaurre puede afectar únicamente al segundo, al cuarto y al quinto de los nombrados. (4).-Cf. las páginas preliminares de su Bibliotheca Americana vetustissima. Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.8, 1952

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