Fénix 8, 395-418
PNTRODUCCION A LA BISLIOGRAFIA PERUANA 397 celso, Agrícola, Bruno o Cardán, no nos dan una visión de ese cu- riuso proceso del cual surgió a su debido tiempo la única ciencia ver- dadera? Se puede garantizar que el significado sugerido par un simple nombre, úi~icanientepuede ser apreciado por quien lleva a sus observacioiies cicrto grado de concximiento que ningún sucinto catálogo de libros puede ofrecer; pero si es dado con propiedad, u-i título ensefiará al lcctor el momento en que un pensamiento, ahora insignificante e inadvertido, asumió por primera vez un carácter po- sitivo. El título repetido en un periodo posterior, muestra un pro- greso cumplido; una sucesión de ediciones marca su difusión; las con- troversias que sobrevinieron, su importancia; y, según sea que el tra- bajo al cual identifica desaparece completamente de los registros subsigcientes, o rnantiene su lugar en ellos, el estudioso puede de- terminar, por ccarnparaci6n, hasta qué punto se deja sentir aún su influencia. Por tanto, basta someter a examen una simple lista de libros, para inferir de sus menciones muy numerosas y fecundas enseñanzas. Pero el biblib- grafo no puede limitar su tarea a la trascripción de los títulos y la descrip- ción física de una serie de libros, pues ello lo obligaría a suprimir las ob- servaciones que hubiera efectuado al revisar o comparar su contenido; y, por el contrario, ha de superar tal sencillez en cuanto se proponga ordenar su tra- bajo según las materias tratadas en cada obra, pues la clasificación de !os co- nocimientos otorga a la bibliografía un nivel filosófico, e implica la conside- ración de los valores intrínsecos del libro. En efecto, ya sea que consideremos la bibliografia corno un medio indispen- sable para explorar las fuentes de la literatura y de las ciencias his- tóriczs, o como una guía que conduce al critico consciente hacia el conociinieisto de las materias en discusión, es evidente que su esfera de utilidad puede extenderse en gran medida. No hay razón alguna para que el bibliógrafo limite sus esfuerzos a una fisl trascripcióis de títulos, acoplados a minuciosas colaciones. Sin trasponer el campo de las Bellas Letras, puede dar la historia del libro, enumerar su contenido, determinar su lugar preciso en la cronología de la litera- tura, establecer las referencias que marcan su influencia en la pre- paración de otros trabajes, citar las opiniones expresadas por cl-iti- cos competentes, divulgar su autor o su editor si ha sido publicado anónimamecte, y, si carece de pie de imprenta, descubrir Ia fecha y el lugar en que fué impreso y por qué impresor. Además, deba des- cribir las peculiaridades tipográficas del libro, los cambios que in- troduce, y su situación en la historia del arte tipográfico. Tampoco descuidará agregar a cada título los datos que permitan al crítico io- rregir errores y elucidar cualquier punto de controversia. Como po- drá advertir el lector, estos requisitos parecen implicar que un per- fecto bibliógrafo estará lo suficientemente dotado como pala cori- centrar en sus investigacioi~es las múltiples ca~acidadesde un IVlabi- llón, un Audiffredi, un Bayle y un Mylius. No obstante, es asunto nuestro saber si un bibliógrafo está autorizado psra expresar alguna opinión propia, o para decidir una sola cuestión situada más al15 de las materias conectadas con lo que podría llamarse las característicac externas del libro. De ellos ha de esperarse únicamente que sumi- nistren a los críticos las fuentes de información, y rastrear hasta los Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.8, 1952
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