Fénix 8, 705-709
dina es el destino que dará a eyta colecciún, de la cpe quiere desprer:deise y que por motivos muy nobies desearía que quedara en aigurio de los pueblos de habla cas:el!citla. Ojalá este pensamiento se convirtiese en realidad y los esfuerzos tic Medina, de taritos años, no se malogren desparramándose la colección por diversos países. E n sus muchas converracior..es Medina me recordaba el sincero afecto que profe- saba a Mitre, y trajo a colacióri, varias veces, que con motivo de su expatriación de Chile, en 1892, que duró desde el mes de marzo al de octubre, utilizó, por generoso ofre- cimiento del prócer argentino, su admirable biblioteca, ron el fiii de ultimar su Hisforia y bibliografía de la imprenta en el Río de Ia Plata, cine, como es sabido, se editó a ex- pensas del Museo de La Plata. Como grato recuerdo de entonces, conserva una fotografía sacada en la casa de Mitre, en la que se ve 3 este recorclado prócer, a Medina y a Angel Justiniano Carranza, amigo de ambos. -Fii& por eiitonces -me repetía otras veces--, qiie despert6 allí decidida vocacióri por los estudios históricos. incitándoles a dar a la publicidnc? sus obras, a Alejandro Rosa y 2 Enrique Peña; y aquí en Sevilla -ROS ma~iifestó-, desperté esa vocación, más tarde, al ex-jefe del Archivo General de Indias y reputado arnerlcanista Pedro Torres Lanzas. -¿Cómo ha sido -le preguntemos en una ocasión- que a pesar de su preparación y maravillosa labor, no ha dedicado parte de sus energfas a la catedra histórica? -Sí -nos respondió, subrayando la respuesta-, fuí una vez profesor por ties días en el Instituto Pedagógico de Santiago de Chile, para una nueva asignatura dedicada al estudio de las fuentes y crítica documeiiital de la historia hispanoamericana; pero en vista del poco entusiasmo demostrado por el alumnado, hice renuncia del cargo y volví a "La Granja", con el decidido propósito de no dictar más lecci=nes. Y ya ve cómo he cumplido mi programa: ya no me acuerdo de aquéllo, que fué una pequefia aventura a la que riui:ca dí importancia. A pesar de la celebridad, jcstamente alcanzada, José Toribio Medina no ha cubierto aún el gasto de ninguna de las publicaciones hechas a su costa. Y nosotros, j6veíies aun, le hemos preguntado cómo ha podido entonces dar a luz tantas obras. Nos ha respondido que a fuerza de privacioiies y sacrificios, trabajando como u11 obrero en su imprenta y componie:ido él mismo las formas. Su esposa, presente en aquella ocasióri, nos dijo, re- forzando las palabras de Medina, si11 usar trajes lujosos y sin poseer alhajas, que como mujer, también las había deseado, pero que con gusto se había sacrificado por él y por su obra, y porque sabía quo así ncnraban a la patria. Hermosas y sentidas frases en bo- ca Ce una mujer, todo sacrificio y tcdo amor. Muchas tardes de este otoño mirábamos con Medina, a través de los cristales do la habitación del hotel doride se hospeda, hacia la casa que fuera morada del duque de T'Serclaes. Medina rememoraba su juvsltud y las tertulias nocturnas que se celebraban en la regia mansión del duque, a las que asistía, por requisitoria especial, el impresor Rasco, aquel insigne artífice de la imprenta que tiraba libros maravillosamente estampa- dos. Medina recordaba ~iombresgloriosos para las lctras hispanas, que frecuentaron las veladas; algunos de ellos viven todavía y seguramente -nos lo imaginamos- al pasar frente al recordado palacio, en alguna rara ocasión, asornará~ia los ojos furtivas lágrimas, que pasarán desapercibidas ante el vaivén de los muchos transeGntes que hoy frecuentan la calle. Medina me recuerda cii sus conversaciones a aquel ilustrado, probo y culto espí- ritu que se llamó José Maria de Valdenebro y Cisneros. Me habla de sus espontáneos y desinteresados servicios, y 10 recuerda, evocando el pasado, en su bufete de la Biblioteca Universitaria. Yo que le conocí hace añns, recuerdo también sus muchas atenciones para conmigo, sus buenos consejos, su afectuosidad sir1 límites, su afán de ser útil, sus nobles y puras condicioiies moralrs, su intachable conducta, su buen hablar y su bondad exqui- sita. Amigo de los libros, los amaba como a verdaderos hijos y los veneraba con sentida devoción. Bibliógrafo consumado, no lucía sus conocin~ie~i;ossi no era para ser Útil a alguien. Y así, sin engrandecer su figura más allá de nuesiro sincero juicio, recordámosle muclias veces: Medins como al buen amigo que se fué sin decirle adiós, y yo, como al maestro que se fué callado, dejando trunca la mejor lecciún. Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.8, 1952
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