Fénix 9, 424-435
TESTIMONIOS --Así es. Créamelo usted. Su pregunta, además, no obstante su aparente senci- llez, es sólo para los técnicos. Y luego las cuestiones de límites que bastan para secar en cualquiera las fuentes del gusto.. . Pero convencido, al fin, Raúl Porras, de la necesidad de satisfacer mi deseo. s i dispone a hacerlo por deferencia a Perricholi y a Gastón Roger, a quien. por conducto mío, pide que no se ensañe con él. Y yo, claro está, le prometo solemnemente cumplir su encargo. -Entiendo, -murmura luego-, que su pregunta se refiere únicamente a las gran- des figuras que ha tenido el Perú. o sea, por lo tanto a las figuras desaparecidas. En este caso, creo que, dada la escasez de nombres de verdadero relieve en nuestro pasado lite- rario, su interrogación se resuelve en un paralelo inagotable y lleno de acritudes: el de Ricardo Palma y González Prada, los dos caudillos de nuestra política literaria tan irre- conciliable y cismática como la otra. No creo que haya habido, antes de ellos. figura alguna que pueda parangonárseles. La colonia, por otra parte, - c o n perdón de la auto- cita-, no ofrece sino el insoportable servilismo de los alejandrinos curvados ante el tri- ple absolutismo del Rey, del Santo Oficio y de Góngora. -;Olvida usted a Garcilaso? -No. Garcilaso trae, es cierto, sabrosas remembranzas de la égloga incaica y es piedra angular desde el punto de vista nacional e histórico. Pero literariamente, resulta insípido y descolorido junto a su coetáneo el límpido y elegante López de Gomara. Des- pués de ésto. la literatura nacional no ofrece nada, nada consistente, nada que sea, en fin, el símbolo de una vocación tenaz, ni que haya cuajado en moldes definitivos. Es, podría decir, una sucesión de ensayos truncos, de tímidos escarceos, de imitaciones ele- gantes o serviles. Literatura de chispazos impropia para el vuelo largo y señero. Y después de estas observaciones y reflexiones que, con ayuda de la memoria, pro- curo reflejarlas lo más fielmente posible, Raúl Porras adopta marcada seriedad en la ac- titud para decirme a manera de res~uestacategórica: -Solamente en Palma y en González Prada hallamos la originalidad, la persistencia en el propósito artístico, la preocupación literaria y sobre todo, la obra necesaria para una calificación. Palma y Prada son, pues, los hierofantes. Pronunciarse por uno o por otro es escoger entre dos géneros impareables: el panfleto y la tradición. La respuesta traduce tan sólo mis preferencias personales. Hay auienes asientan que las páginas de González Prada superan por su intención social. Y. sin embargo, en nombre de un arte militante, no sería fácil pronunciarse por uno de ambos géneros irreverentes. Creo que la tradición con sus burlescas creacioneq corpóreas, fué tan eficaz, y, acaso más sutil. que los denuestros marmóreos para destruir prejuicios y supersticiones coloniales. Yo, artísti- camente, prefiero las Tradiciones. Palma creó con ellas un género inimitable y un pa- norama de nuestra historia. Cierto es que González Prada fué un admirable cincelador de la frase; pero al cabo fatiga tanto martillazo. A los veinte años, -en la fé del bau- tismo y en el corazón-, declarábamos con exageración provinciana las frases metálicas de Prada. Ahora sentimos un poco la monotonía de aquellas acusaciones lapidarias y re- frenamos nuestra admiración por ese Zarathaustra que jamas descendió de su montaña. Y, en cambio cada vez que la imaginación lo solicita, gustamos, con renovada curiosidad, de internarnos, lejos de la prédica irritada de nuestro Savonarola laico, en la Florencia pe- cadora e insinuante de las Tradiciones. ANTONIO GARLAND En concepto de Antonio Garland, escritor de generosa inquietud, -en Arte no pue- de establecerse ningún criterio absolutista de crítica estableciendo superioridades indiscu- tibles. Porque, según él, no sólo hemos de conformarnos a la impresión temperamental de quien juzga, sino hay que engarzar el concepto en relación con la época de los autores, las influencias artísticas y sociales de su tiempo y también los caprichos del gusto. -Cualquier zoilo ramploncete, -me dice-, afirmará lo mismo: no pretendo ser aparentemente original, cuando lo único que usted puede esperar de mi juicio es la con- formidad con una de mis pocas virtudes de Arte y en Vida: sinceridad. Y después de este breve y oportuno exordio, Antonio Garland, a una pregunta más, responde: -Todo nuestro ayer romántico es un mamarracho. Torpes iniciaciones del huero retoricismo español y de sus líricos llorones y cursis. A través del trópico, ese mal gusto aumenta con el calor y las revoluciones. Apenas si se salva el nombre de Salaverry. Y luego, vencidos grandes compases de tiempo, surgen los dos Únicos nombres capaces de salvar una tradición artística: don Ricardo Palma, creador en el sentido exacto del voca- blo, y González Prada, a quien, -;todavía!- no conocemos suficientemente. La muerte ha nivelado en el sentido admirativo dos figuras singulares a las cuales separó la vida. Los nuevos no podemos entregar a ese pasado, que ellos representan, sino la total expre- Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.9, 1953
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx