Fénix 9, 424-435

sión de respeto. Palma, es, desde luego, más nuestro. Es el creador como ya he dicho. Es el alma inviolada de la Lima tradicional, de esa Lima que algunos jóvenes lectores del ñoño Vargas Vila pretenden empequeñecer porque no quieren advertir que casi por entero ha llenado hasta hace poco, con su historia y con su espíritu, la vida nacional. -2Son éstas, -interrogo a Garland-, las figuras de mayor relieve en nuestra li- teratura? -No. Hay otras. &n Chocano por ejemplo, surge el poeta enorme que ha sido, que es y que perdurará como el cantor de América; de esa América en que él fundió la gracia heroica del virreinato, con el estallido todo salvaje de sus selvas y de sus Andes. -?Y los demás poetas? -Los otros, ante la gran sinfonía chocanesca, apenas si representan la línea me- lódica. A alguno de ellos yo admiro con la misma capacidad receptiva de emoción con que nos sorprende la cabalgata de las Walkyrias y una dulce y sencilla sonatina de Haydn. Mi amable interlocutor se explaya, con ese entusiasmo juvenil que tanto le distin- gue, sobre este y otros aspectos de la encuesta. Y en seguida, para precisar sus ideas con respecto a la época actual, me dice: -Si en algún escritor, en relación con el presente, podría yo concretar mi plural admirzcióti invariable, sería en Ventura García Calderón, que no sólo es la más pura gloria artística del Perú contemporáneo, sino que su obra literaria tiene, más allá de las patrias fionteras, una equivalencia en la prosa castellana análoga a la influencia que Ru- bén Darío ejerció en la poesía. Ninguno, antes que él, ni el guatemalteco, hoy argentitii- zado, Gómez Carrillo, captó tan maravillosamente las ignoradas armonías del idioma, sus matices perfectos, su acento preciso. Su arte es, a veces, una serpentina de colores. Apa- rentamos desconocer a este peruano admirable que en todo adora lo nuestro. Garland me dice luego con absoluta seguridad en el acento y en el gesto: -Yo le diría, amigo mío, para concretar, que, de quince años a esta parte, pode- mos colocar en una balanza, de un lado, la obra de Ventura, y, en otra, cuanto se quiera. Yo sé lo que marcará el fiel para quienes gustan de pesas legítimas. Y no olvidemos, tampco, que Clemente Palma es uno de los más admirables cuentistas continentales y que Felipe Sassone es un gran dramaturgo. -Pero observo, -le digo a Garland-, que, no obstante sus apreciaciones tan in- teresantes, no ha concretado usted casi nada. -Es verdad, -me responde sonriendo-. Nada, en rigor, he concretado. No im. porta. ¡Pero es que ni aún en el amor podemos llegar a las definiciones absolutas.. .! JORGE BASADRE En la nueva generación literaria Jorge Basadre tiene un simpático relieve. Posee marcada curiosidad intelectual y es vehemente su preocupación por los problemas que hoy inquietan a la humanidad. -Le confieso sinceramente -me dice cuando le informé del objeto de mi visita-, que nunca se me había ocurrido elegir, como se elige, pongamos por caso, una reina del carnaval, a la más grande figura literaria nacional. ¿Y usted sabe por qué? -No, -le respondo-. Y tengo interés en saberlo. -Por dos razones que son muy fáciles de explicar. Porque carezco, en primer lugar, de autoridad, y, también, por que no creo que en arte puedan emplearse, como en una tienda cualquiera, las medidas. -Pero su~oniendo, -le interrumpo-, que se viera usted precisado a escoger, ¿cuál sería su opinión? Basadre sonríe levemente y me dice eqseguida: -Es que mi inquietud juvenil hubiera derrocado constantemente a cada candidato triunfante. -Lo cual quiere decir que en arte es usted politeísta. -Efectivamente. Mis admiraciones no son exclusivistas y mis preferencias, por lo tanto, varaín según el estado de ánimo y los puntos de vista. Pero ya sé, por el tenor de su pregunta, que usted, ante todo, lo que quiere es que yo le dé mi opinión categórica. ¿No es así? -Pues bien. Voy a satisfacer su deseo en forma bastante clara y breve. Los que más me gustan entre los literatos nacionales, son, sin disputa, Eguren y Vallejo, eii la su- gerencia de lo inefable. Valdelomar en la prosa diáfana. -Pero éstos son, -apunto yo-, los modernos, los de hoy, acaso los más recientes. ¿Y los otros? ¿Los de ayer no lo cautivan? -Como no. González Prada y Ricardo Palma figuran en primer lugar. Prada en la prosa fuerte y combativa y como precursor de una aurora formidable. Ricardo Palma, en cambio, es la neta expresión de lo limeño. Y ya ve usted que, si sigo por este camino, claro está que tendré que rendir homenaje, pero sin servilismo a Chocano. Y otro tanto Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.9, 1953

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