Fénix 9, 81-196
río, vencido por Alejandro, ocupa las estancias 49-52, tras de las cuales se su- ceden las mecciones de Talistris (53-54), Medea (55-57) que, seguida de una breve reflexión (58) junta su recuerdo con el de Venus (59). Ha llegado el instante de hablar de la humildad, en cuyo elogio emplea Dávalos versos que al mismo tiempo van dirigidos a censurar al vulgo (60-63). Las estancias que faltan van destinadas a recordar a Egeria (65-67), a la segunda mujer de Pom- peyo (68-70), y a rememorar el llanto de Penélope por la partida de su hijo (71-72 ). El canto vuelve a cerrarse con el anuncio del siguiente: y en tanto que mi fuerca se renueua, y la cansada voz, que ronca hallo, recorreré lo que cantar os quiero en otro canto, para el qual espero. (V, 73, d e f ~ ; ) Como es el último, el Canto Sexto va dedicado a combatir no ya ob- jeciones determinadas; busca abarcarlo todo, y por eso anuncia Dávalos el epígrafe que combate "particulares y diuersas objeciones". En verdad, es el canto de resumen, donde aparecerán de pronto defectos ya combatidos y vir- tudes ya exa!tadas. Lo inicia una reflexión sobre la amistad, tema en el que diace hincapié el poeta, como aplicando las tesis desarrolladas sobre el mismo tema en algunos coloquios de la Miscelánea. Después de ella (1-4), hallamos el nombre de Amalasunta (5-7), seguido del apóstrofe que enlaza la estancia (8) con la historia de Theodolina, mujer de Aguilulfo (9-15), en que aparecen intercalada una reflexión sobre la inmortalidad del alma (12). Viene luego la mención de Crotilda (16-18), mujer de Clodoveo, y sáltase de Francia a Grecia, pues la estancia siguiente (19-22) se encarga del recuerdo de Teo- dora. A Ennia, madre de Eduardo de Inglaterra, cuyo suplicio recordará, van enderezadas las estancias 23-26. Síguese el elogio de Gonegunda, acusada de "Aleve inmunda" por el vulgo, y cuyo espíritu de sacrificio exalta Dávalos (27-30), para pasar luego al relato de Amésia (31-33). aquella ilustre, sabia, y eloquetite, (VI, 31 a ) y continua después con el recuerdo de Veturia (34-35). Largo es el espacio dedicado a Lavinia, quien . . . . Luego que fue restituyda por su hijo en el reyno popu!oso, vino a ser su bondad tan conmcicla, quan tgmido su pecho valeroso: (VI, 37 abcch) cuyo elqgio no halla frases adecuadas (36-39). Para justificar su preocripación erudita y su afición por las "!etras", pone Dávalos especial énfasis, a propósito de Noéma (40-43), en destacar a Tuba1 como inventor de las letras, tema que ya estudiamos en otro lugar. Al recuerdo de Noéma sigue en la Defensa la mención de Sapho la poetisa, inven- tora de "líricos versos", Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.9, 1953
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