La expedición libertadora

376 nuestros enemigos para desviar la opinión por la artificiosa apa– riencia de aquella humanidad de que hacen tanto alarde en sus es– critos, y que contradicen con sus procedimientos tan abiertamen– te. ¿De qué manera más auténtica podía Blanco legitimar su mi– sión, que presentando, como en efecto presentó a Guido y a Quin– tana documentos firmados por el virrey del Perú que no sólo le autorizaban en toda forma para el canje que iba a negociar, sino que también le señalaban todas las condiciones y circunstancias bajo las cuales debía conducirle por su parte? Si el general Bal– carce no consideró al parlamentariO' Blanco bastantemente facultado ¿cómo recibe de él los cuatro oficiales que condujo en la corbeta Ontario, y le entrega en su lugar otros tantos de las tropas del virrey, dándole además al alférez de navío don Carlos García del Postigo, pa– ra que a su vuelta a Lima le hiciese remitir otro oficial de la misma graduación? Es inexplicable ciertamente semejante conducta. Negar a nuestro enviado la autorización correspondiente y entrar al mis– mo tiempo en negociaciones con él. El carácter del interventor no ha dependido jamás del número de canjeados y las mismas facul– tades se requieren para ajustar el canje de cinco prisioneros, que para ajustar el de cien mil. Nada de esto ignoraba Balcarce; pero estaba decidido a inutilizar por su parte Ja comisión de Blanco, y en la necesidad que se hallaba de cohonestar una conducta tan aje– na de esa integridad y buena fe de que tanto se gloria, no le ocu– rriría otro pretexto a su parecer más especioso, ni que pudiese me– jor alucinar al pueblo. Es verdad que San Martín propuso al virrey de Lima el canje de prisioneros y que mandó con este objeto al comisionado Torres, que fué conducido en la fragata Amphion al puerto del Callao. Pero también es verdad que semejante propues– ta o no mereció la aprobación del jefe que por ausencia de San Martín quedó encargado del mando, o no fué de su origen sino una maniobra de espionaje y de esa política capciosa que ha sido fa– miliar a aquel gobierno desde el principio de la guerra. No es fá– cil comprender las miras que esos caudillos tuvieron en proponer– nos un negocio que jamás pensaron en concluir. Pero lo cierto es que después de haber recibido la contestación del virrey del Perú en que se allanaba este jefe a entrar en las proposiciones que Je hacían, trasladaron a Mendoza gran parte de nuestros oficiales y soldados, sabiendo que Ja cordillera de los Andes, próxima a cerrar– se iba a ponerlos indispensablemente en una incapacidad absoiuta de hacerlos volver a Chile, cuando llegase el caso de realizar el con– venio; y que apenas supieron que el parlamentario Blanco había

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