La expedición libertadora

378 inhumanas que han ejercido desde el principio de su revolución y que nuestro general don Francisco Sánchez echó en cara desde el año 13 al presidente y vocales del gobierno de Santiago. Y ¿no es una injusticia que después de todo ésto se quejen del trato que han experimentado aquí su parlamentario y prisionero? La fortuna es que sus falsedades y quimeras son fáciles de destruir con hechos incontestables. Su comisionado TolTes logró del virrey la mayor consideración, y aunque había motivos muy fundados para creer que fuese espía se le concedió sin embargo más franqueza que la que conceden a un parlamentario las leyes de la guerra. No podía, es verdad, pasearse por las calles; pero podía pasearse por todo el cuartel de Santa Catalina, más grande y más hermoso que la casa de Quintana donde se mantuvo encerrado nuestro enviado Blanco todo el tiempo de su residencia en Santiago. Torres fué conducido al palacio del virrey en un carruaje y con más decoro que el que correspondía a su persona disfrutó de la obsequiosa urbanidad de este jefe; al paso que Blanco fué conducido con una escolta de sie– te soldados a casa de Quintana, quien a más de hacer con él todas las funciones de un centinela de vista, le amenazaba continuamente con que jamás se le permitiría que regresase a Lima. Y ¡quién sabe la suerte que habría corrido su vida, si el no hubiese entrado en ese reino bajo la garantía de la bandera de 'los Estados Unidos! La necesidad de velar sobre unos enemigos cuya libertad pudiera sernos peligrosa en las actuales circunstancias nos obliga a mante– ner en Casas-Matas a todos los prisioneros que han hecho nuestras. armas. Pero están allí mejor vestidos que las tropas de Chile y co– men fo mismo que las del ejército del rey. No son tratados así los prisioneros nuestros. Los que logran escapar de las atrocidades que ejercen los soldados sobre los miserables vencidos son destinados a barrer las calles; y perecen al fin en las prisiones consumidos del hambre, de la desnudez y 1a miseria. Todos los jefes y oficiales que en la acción del Maipo tuvieron la desgracia de caer en su poder, fue– ron obligados a caminar a pie hasta Mendoza, y pasar así la cor– dillera de los Andes en todo el rigor de Ja estación. Tal es la con– ducta del gobierno de Lima y tal la del de Chile. Al que vea una y otra, no le será difícil decidir quién tiene más motivo de gloriarse de haber llevado hasta el extremo la humanidad y la blandura del carácter americano. (Gaceta del gobierno de Lima, número 48, jueves 29 de julio.) DASM.- V.- 632-44

RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx