La expedición libertadora

67 MEMORIA DEL OFICIAL MAYOR DE LA SECRETARIA DE GUERRA DEL GOBIERNO DE BUENOS AIRES, TOMAS GUIDO, SOBRE LA NECESIDAD DE LA RECONQUISTA DE CHILE. (48) Excelentísimo Supremo Director de las Provincias Unid.as del Río de la Plata. Excelentísimo señor: Cuando tres meses ha desempeñaba provisoriamente el minis· terio de la guerra, creí de mi deber presentar al gobierno entre otras cosas las razones que impelían á meditar y resolver sobre la restauración del reino de Chile; pero acontecimientos difíciles me contuvieron de dar un paso estéril hasta que una ocasión más fa. vorable ofreciese lugar á mis ideas. La presencia de nuevos peli· gros ejecuta ya mi resolución, y aunque desnudo de aquel carác· ter, como un ciudadano amante de Ja prosperidad de mi patria me atrevo á extender las siguientes observaciones sujetándolas al ilustrado examen de V. E. El gobierno nunca calculará con acierto el éxito de los nego· dos confiados á su administración sin pulsar detenidamente el es– tJ'.ldo de sus rentas, el número y disciplina del ejército, el progreso del espíritu público, Jos enemigos que debe combatir y la exten– sión de sus recursos para la continuación de la guerra. Sin tale<; elementos, todo proyecto es vano, ó cuando menos ineficaz, el destino del país va encadenado á las vicisitudes de la fortuna, no puede reglarse un sistema perseverante y el menor contraste basta para derrocar el edificio elevado sobre bases de arena. Por una fatalidad inevitable la mayor parte de los gobiernos que se han sucedido desde el 25 de mayo de 1810 animados tal vez con la esperanza de que la causa de la América justa por sus principios y halagüeña por el resultado inflamaría en el pecho de los americanos un entusiasmo activo para sostenerla, libraron cie– gamente al tiempo el término feliz de la contienda, sin proponer– se otros enemigos que los que el estado abrigaba en su seno. A la verdad, esclavizada casi la Península desde el año 1808 y amagada l:oda ella por el inmenso poder del emperador Napo– león, no daba lugar á temer su libertad ni quedaba resquicio á la esperanza del mejor político, ni es que era lícito juzgar por la debilidad de la España y la pujanza sublime de sus enemigos, ó

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