Relaciones de viajeros

80 ESTUARDO NUi:'lt!Z Lima, 1 ~ de septiembre de 1824. Muchas cosas, mi querido señor, vienen a mi mente en esta ocasión. Le diré ahora para que entienda el número y naturaleza de ellas, que acabo de cerrar mi casa, me he despedido de los niños y de varios buenos amigos, y voy inmediatamente al Callao, a em– barcarme para Trujillo y Guayaquil; de este último lugar pienso ir a Bogotá, y luego progresivamente de un lugar a otro, hasta que, quizás, si el Señor lo permite, lo veré a Ud. personalmente. En con– secuencia, como Ud. fácilmente puede suponer, tengo la mente lle– na de ideas del pasado, presente y futuro. Pienso en nuestra despedida de hace más de 6 años; pienso en la forma maravillosa con que el Señor ha cuidado de mí, en la forma como me ha guiado y bendecido en esta tierra extranjera; pienso en la bondad de Dios por haberme permitido sembrar semillas acá y allá en este continente que parece el mundo en sí; pienso en la despedida afectuosa que he tenido recién de muchos buenos amigos, de los cuales la mayor parte son sacerdotes, y en sus diligentes y sinceros ruegos por mi pronto retorno; además, pienso en la dise– minación de la palabra de Dios en mi viaje, en el placer, si es lavo– luntad de nuestro Salvador, de ver otra vez a mis queridos hermanos y amigos de Inglaterra, en pasar algunos meses con Ud. intentando llevar adelante la causa de nuestro Redentor en América del Sur; y finalmente, pienso en volver a separarme de Ud. otra vez, y en mi regreso a esta parte del mundo, para pasar los últimos días de mi vida buscando su bienestar y prosperidad. Es tiempo de decirle a Ud. la razón inmediata de estos proyecta– dos movimientos. Y digo inmediata, porque supongo que Ud. sabe que estas no son disposiciones nuevas. La razón de mi partida en este momento, es pues, debido a que considero el momento favo– rable para llevarla a la práctica. Ud. sabe cómo es de violenta la gue– rra acá, y cómo es de frustrante para cualquier intento de mejorar la educación de la juventud y para la promoción de progresos en ge– neral. Lo que he dicho se refiere al Perú en general, pero rpuy parti– cularmente a esta ciudad, donde la espada ha llegado verdaderamen– te al fondo del corazón. Podría decir, que estamos en una ciudad sitiada, teniendo al enemigo por todos lados. Los grupos de guerrillas rodean la ciudad por tierra, y varias veces han entrado en la noche y se han llevado

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