La expedición libertadora

88 rabies verdugos de Chile! Aun ese vergonzoso recurso os cierran nuestras escuadras victoriosas y reforzadas cada día. Sin embar– go de nuestra generosidad alcanzan los mismos tigres: deseamos ahorrar la patria de nuestros hermanos de la pesada respon– ~abilidad de una expedición costosa; á nuestra exterioridad de hombres indultamos los crímenes pasados. Sois libres, sois due– flos de vuestra propiedad, si desocupáis ese reino antes de empe– zarse la invasión. Oficiales y soldados de América: vosotros no sois los enemigos de la patria. La guerra de los libres es con \'Uestros tiranos; si seducidos ó violentados seguisteis sus bande– ras, tiempo es de que un arrepentimiento feliz enmiende los ye– rros anteriores. Aprovechad la oliva que preferimos al laur~I. Maldita sea la degradada educación con que estudiosamente nos han estupecido esos bárbaros! Despertad un día. Mirad el des– precio, el abandono y el cadalso que compensan vuestra malogra· da sangre, esa sangre que derramasteis por la reesclavización de ''uestros hermanos y que cuesta tan amargas lágrimas á la Amé- 1 ica toda y á vuestras mismas madres. Los despojos á Santa María, Calvo, Lantaño y Carballo, la terrible persecución de Pino y otras ingratas violencias, son ejemplos cscarmentantes que anuncian con certeza vuestra inmediata caída. ¿Tuvo Berganza más delito que ser marido de americana? ¡Qué frutos tan dife· rentes producen nuestros triunfos! Emancipados de todo señorío, repartimos entre los mismos americanos los empleos y las rique– zas. Rodeados de la justicia de nuestros procedimientos, no nos desampara la honrosa satisfacción que acompaña siempre a la halagüeña independencia, sino cuando contemplamos la ciega obs· tinación de algunos hermanos. Nuestros trabajos se aprovechan ) son deliciosos, á la manera que el labrador pacífico se harta en las ricas producciones de la dócil tierra, mientras el fatigado mi– r.ero sepulta sus fuerzas y su vida en las entrañas de impenetra– bles riscos, que hidropesen la sola codicia de un déspota avarien– to. Trocad, americanos, esas banderas que os degradan, hacien· do atrevida jactancia de vuestro abatimiento, por los decentes es– randartes de la libertad en que se divisan el honor y Ja gloria de vuestro país. Venid por vuestra parte en la dignidad y en los bienes, que para todos sus hijos derrama nuestra madre común. Oficiales militares: os esperan por vuestra heróica resolución un grado efectivo y sueldo sobre el que dejéis. Los soldados se pre– mian con veinticinco pesos, son libres de enganche forzado; reci· h!rán doble valor de las armas que pasen y se atenderán particu· larmente si se realistan de voluntad. Excusadnos la mortifica– dón de ensangrentar el sable en nuestros hermanos. Es indispen– sable, si continuais en persecución de la patria que no perdona

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