La expedición libertadora

241 una legua de distancia de la ciudad, teniendo su artillería repartida en diferentes baterías, cuyo fuego cesó poco antes de anochecer. Nuestra caballería y las seis piezas mencionadas se replegaron sobre la infantería. En este estado y aprovechando instantes, dispuse se diese un pequeño descanso á Ja tropa para que tomase pan y vino, por haber carecido en todo el día de sustento, ordenando al indicado señor brigadier Ordóñez, al jefe del estado mayor Prim, y al tenien– te coronel mayor don Bernardo Latorre, que formando tres columnas dé ataque, compuesta una de los batallones de Burgos, Concepción y compañía de zapadores al mando del primero en el centro; otra. del Infante y Arequipa á las órdenes del segundo á la derecha; y otra de granaderos y carazores, a las del tercero a la izquierda, lle– vando en sus flancos artillería y caballería, marchase en dirección á las citadas alturas; lo que se verificó en el mayor orden y silencio hasta que encontraron al enemigo, en cuyo momento gritaron todos: á la bayoneta; cargaron sobre él y lo pusieron en precipitada fuga; siendo poco el fuego de fusil que hubo, y la resistencia que opuso hasta despojarlo de la pequeña cordillera que forman aquellas; pero siguiéndolo por espacio de tres leguas, hasta orillas del Lircay, por el camino que había traído. Esta acción tan brillante costó muy poca sangre, pues en todo el día no hubo más que cuarenta muer– tos y ciento d iez heridos, contándose entre los primeros el teniente coronel don José Campillo, comandante del batallón de Concepción; don Andrés Rambaud, primer ayudante de Burgos; don Francisco María Enjuto, capitán de cazadores de Arequipa; don Agustín So– monte, teniente del Concepción; don Simón Aragonés, teniente de Lanceros; y don Francisco Marticorena, cadete de zapadores. La pérdida del enemigo no ha sido posible averiguarla á punto fijo, por estar sembrado de cadáveres el espacio de cuatro leguas en todas direcciones. Se le tomaron 24 piezas de artillería de d iversos calibres, con 3 obuses de siete pulgadas, siendo algunos fundidos en Buenos Aires; varias municiones de cañón, 300 mil cartuchos de fusil; cuatro banderas, y entre ellas la de la insignia del capitán ge– neral, sin otras varias que no pudieron salvarse del justo enojo del soldado. Más de 60 cajas de guerra, sus equipajes, papeles y corres– pondencia, y una crecida porción de grillos y cadenas, destinadas sin duda para lo~ oficiales que hicieran prisioneros. El total de su fuer– za según relación de 1os pasados, y por el estado que se encontró ascendía á siete batallones de infantería con 7688 plazas, 1456 gra– naderos y cazadores á caballo y 33 piezas de artillería, sin contar dos escuadrones montados; todo al mando del capitán general José de San Martín, del excelentísimo director de Chile Bernardo O'Hig-

RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx