La expedición libertadora

305 que no sé cómo no me he vuelto loco, cuando vi cumplir los tres plazos dados para el empréstito; y que no había entrado la sexta parte en cajas: los ingleses se desentendieron absolutamente; y a su ejemplo lo hacían todos los demás comerciantes. Mi espíritu tocaba ya al término de la desesperación, porque preveía el tras– torno que debían padecer nuestras operaciones militares: pero yo encontré el remedio en mi misma desesperación; y hoy puedo asegurar a usted que se hará efectivo el empréstito y que puede comenzar a librar contra este gobierno las cantidades que encuen. tre en Mendoza o Chile, en la seguridad que serán cubiertas; pre· vengo sí, a usted, que no gire sus libranzas a menos de ocho o diez días vista, para nuestra mayor comodidad. He echado a un lado toda consideración con los que no tienen ninguna con nuestra situación apurada; y mañana se intimará al comercio inglés, que el que no hubiere cubierto en los 14 días res-, tantes de este mes la cantidad que le hubiese cabido, será embar– gado y rematado en sus efectos hasta cubrirla; y además cerrada su casa y expulso del país. Estoy cierto que no darán lugar a ello; y el dinero se juntará, aunque se lo lleve todo el demonio. En esta confianza y seguridad aproveche usted amigo querido el primer momento de bonanza para pasar la cordillera y vamos a ver si completamos la seguridad del país y la gloria propia de usted. Balcarce rr.e escribe largo sobre el estado de cosas de Chile, pe– ro en todas sus cartas, y con repetición me dice, que sólo la presencia de usted les podrá dar el tono y actividad que les falte. Por lo demás dejémonos ahora de renuncias, que si fue dis– culpable la de usted por las circunstancias, no lo es ya habien· do variado; y porque también juro a usted por mi vida y por los deberes de nuestra amistad, que si usted llegase a obstinarse en pedirla en el acto haré yo lo mismo; y se vendrá por tierra toda nuestra obra: tenemos aún algo que sacrificar, y es preciso ha· cerio. ¡Si usted viera cómo estoy yo! Hace días que estoy pasando las noches más amargas con mis dolores: sin dormir, y siempre trabajando sin alivio, se siente mi máquina muy debilitada y mi espíritu muy abatido. A pesar de todo sigo el empeño y hemos de salir de él con honra, ayudándonos recíprocamente. Aliento, pues, amigo mío: cuente usted con todos los recursos que pueda pro– porcionarse de aquí, y con la eterna amistad de su Juan Martín de Pueyrredón.

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