La expedición libertadora

361 Lima, 11 de Junio de 1818. (198) Señor General don José de San Martín. Muy señor mío y de mi particular atención: El papel de usted de 11 de abril último, trae todo el carácter de una verdadera intimación, nacida del envanecimiento con que lo acalora la v!ctor:::i en el Maipo. Ningún misterio envuel· ve el deplorable origen de Ja guerra civil que aflige Ja América del Sur desde 1810 o, por mejor decir, desde el momento en que, invadida la España por el tirano de la Europa con escán– dalo de todas las naciones, ha sido abandonada por la capital de Buenos Aires, cuando esperaba más el auxilio y socorro de sus hijos para defender la independencia que ya volvió a adquirir con tanta gloria. Las aspiraciones de un corto número de fasci– nados colocaron las armas en manos de una muchedumbre de españoles americanos, con el fin de formar en su suelo un estado diverso sobre las ruinas de la metrópoli y su mismo país; y el gobierno legítimo de la nación trata de contener los progresos ele este fuego homicida y conservar la integridad de ella. No puede caber opinión problemática sobre quienes han sido los causantes de los males temibles que ha producido la contienda entre los individuos de una propia familia, ni el éxito que favore– ciese a los promotores de la insurrección en el término de la lucha, aun cuando los eleve a la clase reconocida de nación soberana, po– dría jamás disculpar en aquellos la criminalidad de su primer intento, ni eximirlos de la responsabilidad ante Dios, de la sangre derramada y las fortunas destruídas para conseguirlo, al paso que las autoridades que sostienen a costa de la suya las leyes de estos reinos, y Ja integridad del territorio, no sufrirán en sus conciencias la horrenda agitación de tan cruel remordimiento. Engreído por una acción feliz, usted se avanza a proponer conse– jos que no sirven para el hombre de honor, queriendo intimidar a un soldado viejo, que despreció Ja muerte tantas veces con la amenaza de conspiraciones contra su vida y la de los que gobierna a nombre de su legítimo monarca. Excuse usted tan reprobado idioma; y viva firmemente persuadido que el esclarecido vecinda· rio de Lima y todos los habitantes de este virreinato, son de opi– nión muy contraria a la que usted les supone: ellos apetecen, si, Ja paz y el sociego, lo desea el rey, y yo tendría la mayor satisfac– ción en conseguirla; pero apartado usted enteramente de propen– der a ella, propone Jo mismo que aleja toda esperanza. Siga, pues,

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