La expedición libertadora

366 Yo propuse el canje por conducto del mayor Torres y lo hubiera concluído si la situación de usted le permitiese tratar conmigo este asunto con las formalidades de la guerra. Una línea que divide los sentimientos privados de usted y sus deberes públicos le de. tienen para no extender aquellos con desaire de su dignidad, y esa misma paraliza los míos en la ejecución de un asunto que he mi· rado con interés. Por más que el comisionado Olhaberriague y Blanco haya desfigurado los motivos que motivaron su comisión, ellos están fundados en principios establecidos en la ley común de estas na· ciones. Hasta ahora nadie ha dado a una carta privada la validez de credencial para ningún convenio pacífico de nación a nación, a menos que se pretenda que los americanos cierren los ojos a Ja mera insinuación de un jefe español. En cuanto al tratamiento que ha recibido Blanco, permítame usted le asegure que estos pueblos vituperan la ingratitud. El fue hospedado en casa de uno de los primeros jefes de este ejército y distinguido como no lo ha sido aun entre los españoles, ninguno de los más condecorados agentes desde el principio de la revolución. Su seguridad personal jamás fue atentada. Usted no ignora que los documentos que presentó infundían mejor la sospecha de una maniobra de espio– naje que los que autorizaron al mayor Torres. Si él es caballero confesará a usted que se le obsequió con más comedimientos de lo que comunmente se dispensa a un oficial de paz. Mi substituto, el brigadier general don Antonio Balcarce, cum· plió exactamente mis órdenes acerca del canje. Insisto en lo mis· mo, y supuesto que usted no puede negociar en forma este asunto, tampoco puedo admitir los cuatro oficiales prisioneros del ejército de las Provincias Unidas que usted me remite por igual número, He mandado al capitán don José Navarro, teniente don Juan Gra– ña y subteniente don Asencio Lascano y don Nicomedes Martínez regresen al Callao en primer oportunidad a disposición de usted como prisioneros que son de las tropas del rey. Lo hubiera reali· zado en la fragata Andromaca si el señor Shireft se hubiese alla· nado a darles pasajes. Nada de esto impide el que respectivamente apliquemos los medios de aliviar a estos desgraciados; yo me pro– meto que usted tomando cuantas precauciones sean necesarias para su seguridad les alivie en la opresión en que han gemido, para que al menos conserven su salud respirando otro aire que el de las bóvedas de Casas-Matas, por mi parte los de igual clase del ejército de tierra y los de la fragata de guerra Reina Maria Isabel

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