La expedición libertadora

413 ber el resultado. Las consecuencias son incalculables cualquiera que sea el desenlace. Con este motivo me ocurre Jo siguiente. Si Cochrane triunfa, dominamos las costas del Pacífico; y si no aprovechamos estas ven– tajas, muy pronto perderíamos la opinión y el poder con que cuen– tan los pueblos del Perú en su desgraciada situación. Es necesario hacer algo y pronto; es necesario introducir la confusión entre los enemigos. Si no hay fuerzas para vencerlos, es necesario por fin movernos como Dios nos ayude para no quedar envarados en el mejor tiempo. Una empresa sobre Guayaquil es en mi opinión el primer gol– pe que debemos proponernos, si nuestros recursos no alcanzan pa– ra otra cosa. Mil hombres bastan para esta empresa: su objeto no debe ser otro que poner en aquel pueblo una contribución sobre los gastos, de quinientos mil pesos y otros tantos de empréstito a los patriotas bajo todas las garantías que permitan nuestras circuns– tancias y reembolsarse con este dinero. Un jefe prudente y enér– ~ico puede desempeñarse dejando bien puesta nuestra opinión ~ colocándonos después en aptitud imponente. Mientras tanto Cochrane podía presentarse con la escuadra so– bre Arica y simultáneamente invitar a Portocarrero, gobernador en aquella provincia a embarcarse con los setecientos hombres de línea que tiene a sus órdenes y que ha ofrecido por conducto de G. Ambas cosas son practicables a muy poca costa y con grandísimos resul– tados. Setecientos hombres unidos a nuestra fuerza actual y seis– cientos mil pesos en dinero, pueden ponernos antes de tres meses en estado de caer sobre Lima con toda la masa y en la crisis más angustiada de aquel pueblo. Este pensamiento es a mi vez preferible bajo todos Jos respec– tos a una expedición parcial de tres mil hombres que tuviesen que reembarcarse apenas fuesen atacados por fuerza superior; pues en. tonces multiplicaríamos los compromisos en Jos pueblos infructuo– samente y los enemigos cebarían su venganza en aquellos que nos fuese forzoso abandonar. El espíritu del Perú está tan preparado contra los españoles que sería imposible evitar una concurrencia activa de parte de ellos al momento que contasen con apoye de fuerza armada. Abandonarlos después de dar la cara; vale lo mis~ mo que llevar la cuchilla para que los degüellen; quedarnos expo– niéndonos a un contraste, sería jugar a un dado la suerte de la América. Entre estos dos extremos y en la necesidad de hacer algo en nuestra pobreza, ¿cuál será lo mejor? yo creo que procurarnos los medios para atacar de un modo decisivo a Lima. No me ocurre

RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx