La expedición libertadora

425 Desde que usted me envió las cartas de Iriarte y La Torre, me devano los sesos por sacar un partido ventajoso del descubrimiento en que están los jefes del Perú. Yo creo que se podría hacer una gran tentativa y que el carácter travieso y resuelto de La Torre está indicado para ello. Opino que usted debe pedir a Buenos Aires por el presente extraordinario la causa originai o un te!>timonio de ella, y apenas la consiga permitir a La Torre pase con ella al ejército del Perú, bajo cualquier simulación y si es posible en clase de incógnito o imponer a La Serna de la red que le ha formado Pezuela y ya es un principio favorable para nuestro proyecto. Podría proponerse a La Torre; que supuesto que las bases constitucionales de la orden son la libertad y la destrucción del trono de Fernando, se presenta una bella proporción de dar un gol– pe mortal a la causa de este déspota en América y de establecer un asilo para los amigos de la humanidad uniendo a ellos su suerte individual. Si la :: resuelve que La Serna convierta sus tropas con· tra Pezuela para exigir un Gobierno constitucional en el Virreyna– to de Lima, independiente de Fernando 7~. me parece que podría garantírsele el reconocimiento de tal Gobierno sobre un tratado de alianza ofensiva y defensiva contra los que atentasen contra la in– dependencia de la América y la particular de cada Estado. Los hombres en peligro suelen concebir grandes resoluciones y no sería extraño que La Torre, ambicioso de gloria, quisiera en– trar en la ejecución de un gran plan. Cualquiera que fuese el me· dio de poner en choque el ejército de La Serna contra Pezuela, el resultado siempre sería feliz para la libertad de la América. Nada importaría en mi opinión si otro jefe español se constituyese en Lima, porque con tal que fuese independiente de los reyes de Espa– ña, tardaría poco en desplomarse y triunfaría la causa de los pueblos. He bosquejado a usted un pensamiento complicado y cuya expla– nación no es obra de una carta. Medítelo usted y decida lo que le parezca. Si creyese imposible que La Serna adoptase un partido de hos– tilidad contra Pezuela, podría ofrecérsele garantía de su empleo entre nosotros, igualmente que a los jefes comprendidos en la cau· sa de la inquisición, siempre que abandonasen las banderas del Rey. En fin, nadie sabe mejor que La Torre el carácter y actitud de los personajes del ejército del Perú. El puede dar a usted más luz so· bre lo que sea muy ventajoso en las circunstancias críticas en que aquellos se hallan. La copia inclusa del decreto de Pezuela acerca de los tres ofi-

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