La expedición libertadora

460 te me pondría en sus manos bajo la garante seguridad de encon- 1rar en ellos identificados nuestros mismos principios. El estado áe Chile se halla muy próximo a remitir a las costas del Perú una fuerte expedición que consiga quitar las cadenas que arras– tran aquellos desgraciados habitantes! ¿Y cuál será el inmoral y vil americano que no desee ser el primero en sacar de la escla– vitud a aquellos sus muy amados compatriotas, aunque sea a costa de su última gota de sangre? Creo que ninguno; yo que tengo la gloria de contarme en su número, quiero ser de los pri– meros a cooperar a este fin aunque sea con una evidente exposi– ción de mi existencia. En cuya virtud y la ilación o encadena– miento de hechos casuales que me ocurrieron desde mi nombra– miento en la Península para ultramar, creo me proporcionan suficiente campo para solicitar una reconciliación con el Gobier– no de Lima y llevar adelante mi proyecto; no obstante, quiero dejar a V. E. la elección de los medios más adaptables a las cir– cunstancias y justo valor de ellos, que son como sigue: En el año de 1815, hallándome de Capitán del regimiento S~ de Granaderos, se escribió el general Abadía proponiéndome pa– sar a continuar mis servicios a las tropas de ultramar, donde él como principal jefe podía recompensarme los atrasos que había sufrido en la Península, lisonjeándome con ascensos, etc. Con– descendí a sus propuestas e inmediatamente recibí orden para incorporarme en el depósito de ultramar, electo instructor de él; al poco tiempo me confirió la comandancia del segundo batallón del regimiento de Zaragoza, que no admití después de dado a reconocer, por tener vehemente deseo de servir en el arma de caballería a que antes había pertenecido; quísome conceder el pase en la misma clase, a que me opuse dándole a conocer po– drían algunos sentirse agraviados de este hecho, y que con tal que se verificase, me creía suficientemente recompensado pa– sando en mi misma clase de Capitán. Así sucedió. A los tres meses de estar en el regimiento de caballería de cazadores del Rey, propuso al Gobierno la formación de dos escuadrones de lanceros y sus respectivos comandantes, habiendo yo sido elec– to para el mando del primero; de allí a pocos días llegó la aprobación en los términos solicitados, en cuya virtud se me dió a reconocer por Camandante del referido, confiriéndome como más antiguo, la parte instructora de ambos. En este esta– do permanecí por el espacio de trece meses y días, en que de– biendo verificarse el embarco recibió el conde del Abisval una orden del gobierno desaprobando sólo las Comandancias, al paso de aprobar aun los empleos que se habían dado posteriormen-

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