La expedición libertadora

461 t~ en comisión, valiéndose para fallar este escandalosísimo hecho de expedir una real orden determinando que en lo sucesivo to– dos los oficiales destinados a ultramar lo verificasen en sus res– pectivos empleos y por ningún pretexto con ascenso. Regresé a mi antiguo depósito de Capitán agregado y entonces desen· tendiéndome del desaire que había experimentado, elevé varias solicitudes al Gobierno sobre reclamación del grado de Teniente Coronel que me había correspondido por las guerras de San Fernando en el año 1815, pero ni ellas ni los elevados informes del conde del Abisval sirvieron para que se me hiciese justicia, antes al contrario, cuando más descuidado estaba vino una real orden por la que se me obligaba a pasar a Lima a las inmedia– tas órdenes de aquel Virrey, para que éste me diese colocación en aquel destino de Capitán de caballería, y dándome el grado de Teniente Coronel con la fecha en que fui depuesto de la Co· mandancia. En este tiempo se formaban unas compañías de dra· gones con destino a Lima, y como el conde me lisonjeaba con su protección, me propuso si quería venir mandándolas; con– descendí y se me encargó nuevamente la instrucción de ellas; cuando yo esperaba sacar el fruto de mi trabajo, se presentó un tercero, dado a reconocer por el mencionado conde de Coman– dante de ellas, y desde entonces ya no se titularon compañías sino cuerpo de cazadores y dragones. Este procedimiento del Ge– neral creo que fue dimanado de algún cuento que me levantaron o de qué sé yo; el resultado seguro es de que no volvió a ser mi amigo, ni yo solicité semejante amistad; me consta que la pro– puesta de éste fué desaprobada y que contra la torrente del Go– bierno fué remitido a este país. El Bobadilla (que es éste el nom– bre del Comandante de dragones) no ignorando su desaproba– dón, mi mayor antigüedad y tal vez mis méritos, persuadiéndose que estos motivos podían ser causa de que el Virrey le quitase el mando del cuerpo y me diese a mí, produjeron en él las mayores cavilosidades y odio en términos que <lió en ser ene– migo irreconciliable mío. Durante el tiempo que permanecimos en España, encubrió cautelosamente su persona; pero a los po– cos que se verificó nuestro embarque se quitó la mascarilla, en términos que muy pronto trascendió por todo el buque el ridi– culísimo papel que yo hacía: nunca se contó conmigo para nin– guna junta, siendo el segundo en el cuerpo, al paso que el Capi– tán de la fragata hacía concurrir a ellas hasta sus pilotos. VR· rias veces le reconvine sobre este proceder, a que me contestó con el silencio por no determinarse a darme una satisfacción. Des– pués de varios debates llegamos a Talcahuano é inmediatamente

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