La expedición libertadora

498 tamente la cordillera a informar a usted en persona de los deta– lles convenientes, y por lo que respecta al canje, mi opinión es que se entretenga a los comisionados en una decente y cómoda incomunicación bajo pretexto honesto, y no se realice hasta que ~e decida nuestra empresa. Es de presumir con toda probabilidad que Pezuela haga reti· rar el ejército del Perú, o pida algunos cuerpos de él para po· ner en defensa la capital, que la ve amenazada interior y exte– riormente. Para entorpecer de algún modo esta medida, he es– crito con esta fecha al General Belgrano, que juzgo conveniente dé sus disposiciones para un movimiento general del ejército de ~u mando, aunque no lo realice nunca, e introduzca proclamas al interior ofreciendo ~ los pueblos su protección, a fin de que el enemigo se posea de la idea de ser atacado con prontitud, y encuentre en el peligro un recurso para evadir las órdenes del Virrey. Este paso debe tener suceso, porque La Serna está en contradicción con Pezuela. De todo doy aviso en este correo al Director y le pido se ocupe en preparar las instrucciones para el sistema político y militar de Lima. Usted me ha escuchado sobre este punto algu· nas veces e insist0 en que, uniformándolo al de las Provincias Unidas, se forme una triple confederación de los tres Estados, cuya base preliminar sea la inmediata reunión de un Congreso para decidir la forma común de Gobierno y la Constitución que debe regirlo y los medios de sostenerlo. No hay que detenerse en las grandes dificultades: una constancia sistemática todo lo allana. En medio de las ventajas con que nos brindaba la fortuna de la guerra, crece aquí la pobreza cada vez más. El ejército no está pagado, y los empeños irán en aumento si no ponemos en campaña estas tropas. Usted conoce lo que puede dar ya este país, y es urgente aliviarlo de un peso que no puede soportar. A Chopitea lo ha apurado el Gobierno hasta que se ha con· venido en entregar cincuenta mil pesos, y me aseguran que Beltrán pondrá también en cajas treinta mil. Con ésto saldremos de algunas trampitas, pero es preciso mirar adelante. Siento decir a usted que a los tres días de haber salido de esta capital el batallón de cazadores de los Andes, para Quillo– ta, conduciendo preso a Manuel Rodríguez, se dió cuenta Alva– rado que habiéndose separado con el oficial y un cabo que lo r.onducía, con el pretexto de ver no sé a quién, arrancó Rodri· guez un cuchillo y tiró una cuchillada al oficial, que, puesto en defensa, usó de una pistola y lo mató de un tiro. Este suceso

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