La expedición libertadora

79 de ésta paraliza todos los moVJm1entos materiales y en un Esta– do la de la moneda suspende la acción simultánea de todos los ramos basta que se precipita á su disolución. Las inquietudes y ansias que preceden al término de la vida del hombre sienteo en las convulsiones y choques de los ciudadanos luego que se en– torpece el flujo y reflujo del numerario. Revoluciones que han reducido á escombros ciudades opulentas, trajeron su origen de la sola estagnación de la moneda. Es por lo tanto inevitable or– ganizar esta substancia, aumentarla y molerla para mantener el Estado. Muy pocos conocieron la influencia de Chile sobre nuestras rentas y especulaciones mercantiles hasta que una funesta ex– periencia ha roto el velo de Ja ignorancia y preocupación. Dos veces perdimos las minas del Perú desde 1810 á 814 en que fué conquistado Chile y en este período se sostuvieron nwnerosos ejércitos, se derramaron cuantiosas sumas á diversos objetos sin que la calamidad pública afligiese á todas las clases de la socie– dad. Cerca de dos tercios del dinero amonedado en Chile se transportaba anualmente á nuestras provincias en cambio de los frutos que exportaba para su consumo. Los principalistas convertían á aquel punto las expediciones lucra tivas para satis– facer con su producto los pechos y contribuciones y cuando por este medio no progresasen las fortunas, por cerca de dos millones de pesos repartidos cada año en manos industriosas, las conserva– ban en equilibrio proficuo al gobierno y á los ciudadanos. Después de la esclavitud de aquellos países, y cuando el con– traste de Sipe-Sipe nos privó tercera vez de la posesión del Pe– rú, nuevos empréstitos, gabelas y confiscaciones no han alcanzado á cubrir la mitad de nuestras precisas atenciones. El déficit se au– menta á Ja vez que crecen los peligros, los establecimientos más necesarios se hallan en ruínas: el giro mercantil circunscripto al consumo lento de cuatro miserables provincias, la extracción de moneda no para: el ejército desnudo é impagado: los empleos pú– blicos indotados y el horizonte cubierto por todas partes de una densa nube que viene á descargar sobre nosotros. De la miseria que oprime á todas las familias nace naturalmen– te el disgusto y la maledicencia contra los gobiernos y la causa pública. De aquí las oscilaciones en que se ven fluctuar todos los pueblos. Es preciso suponer un grado de ilustración y de heroísmo en cada uno de los ciudadanos incompatible con la política colonial en que ha gemido la América trescientos aiios para persuadirse que subsistiese flagrante Ja llama de la libertad a pesar de Jos

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