La expedición libertadora

80 contratiempos de la suerte. El hombre se afecta de sus comodi– dades como de sus hijos y todo plan que no estriba en la conve– niencia de la comunidad relativa á cada uno de sus miembros se descuaderna por sí mismo. Tan graves como son los males que se experimentan debe ser activo su remedio. Estrechados á un círculo pequeño de relacio– nes y recursos, el edificio levantado sobre los cadáveres de nuestros compatriotas puede desaparecer como las grandezas de Palmira. Al gobierno corresponde obrar en la presente crisis con un espíritu fuerte y emprendedor. La libertad de Chile abriendo nuevos canales al comercio reanimaría el espíritu pú– blico decreciente, avivaría la esperanza común y prestaría riqueza para reorganizar un ejército dando consistencia a la causa glorio– sa de la américa. Pluguiere al cielo que las Provincias Unidas penetrando la im· portancia de la restauración de aquel reino cooperasen con ge– nerosidad para conseguirla. Analizando más nuestra situación respecto de los peligros exteriores que nos amenazan se descubre un nuevo motivo para empeñar á V. E. á emprender sobre Chile. El acantonamiento de las tropas del Brasil en la isla de Santa Catalina y sobre las fronteras hasta el número de 10.000 hombres, las noticias posi– tivas de Jos refuerzos que vienen de Lisboa, la elevación de aque· llos dominios á la categoría de reino y la permanencia de la casa de Braganza en el continente ofrecen un misterio profundo en las miras ulteriores de la corte de Río Janeiro. Concédase que se hayan rescindido los nuevos pactos de fa– milias iniciados el año pasado á virtud del enlace pretendido por el rey Fernando con Ja infanta doña. . . que la mezcla anti· gua de intereses de Portugal y España produzca sólo descon· fianzas efímeras y que el príncipe don Juan se resista á concu– rrir con aquella nación para sujetar sus colonias ¿Quién ase– gura que las operaciones de este soberano se circunscriban á la seguridad de su territorio? ¿Quién se atreve a dilucidar Ja du– plicidad del gabinete británico á cuya política puede interesar la extensión en América del imperio de los portugueses á cuyo designio acuda eficazmente? y ¿Quién no temerá la contienda con un enemigo que ocupando las puertas de nuestro territorio pueda forzarlas cuando nos considere más débiles y consternados? Expondría reflexiones de peso en este delicado negocio si no temiera dilatarme, pero fácil es comprender cuántos serían nues– tros trabajos si por no atar este cabo con tiempo desperdicia– mos las medidas que aseguren nuestro reposo.

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