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ticulares y extranjeros. "Hasta el 28 de julio de 1884,en que se inauguró el estable- cimiento, habíase recogido del poder de particulares: ocho mil trecientos quince éditos con el selio de la antigua Biblioteca. En los cuatro años transcurridos se re- cobraron cinco mil ochocientos ochenticuatro volúmenes mas. La más importante de las devoluciones ha sido la que de dos cajones de libros m y notables hizo, por intermedio del Dr. Manuel Alvarez Calderón, un caballero francés, residente en Chi- lee7. En el año 1903se contaba solamente en la sala Europa con veintidos mil quinientos cuarenticirico libros. Entre ellos habían cuatrocientos cuarentiun "curiosidades bi- bliográficas" (Memoria de la B. Nac. 1903) así se les denominaba a los libros raros e incunables europeos y elzevires recuperados o donados por diversas instituciones benéficas del mundo. Nuevamente se estaba en el apogeo. Duró poco, la adversidad otra vez se ensañó con este templo del saber. Ahora se tra- taba de un voraz incendio, acaecido en un fatídico lunes diez de mayo de 1943. To- do comenzó cuando un noctámbulo observó sorprendido, a Ias dos de la madruga- da -más o menos - del día mencionado. un extraño resplandor a la altura de la ca- lle Estudios, habiéndose acercado, horrorizado vio enormes lenguas de fuego que consumían, implacables, la institución que había reconstruído don Ricardo Pal- ma. Al día siguiente la fría nota periodística decía: "Después de las dos de la ma- drugada, de hoy, cuandu yo entraba en prensa esta edición, se notó una enorme llamarada que surgía en la calle Estudios dónde. como se sabe, está ubicada la Bi- blioteca Nacional (El Comercio. Lima, i0-V-1943). El primer testigo del luc- tuoso acontecimiento posiblemente llamó a la compañía de bomberos Cosmopo- lita, que se hacía presente en el lugar a las dos y cuarenticinco minutos. A las tres de la mañana se luchaba denodadamente aún con el fuego, que revivía por diver- sos sitios, el noctámbulo cuenta: ya un poco recuperado advirtió la presencia de una multitud de personas, entre ellas a !a policía y también la de un señor, que pálido, musitaba palabras entrecortadas. Era el Director de la Biblioteca, don Carlos Alberto Romero Rarnírez, que después diría a los periodistas que recibió una llamada telefónica a las dos y tremta de la madrugada. El mundo entero sintió conmiseración de nuestra patria. Compungido declaraba el señor Romero, el viernes 24, a la prensa local que "eran muy valiosas las obras por fortuna salvadas en el incendio" y daba una larga lista de incunables peruanos (El Comercio. 14-V-1943) y valiosos documentos manuscritos, para su publici- dad. Pero, es extraño, no mencionaba en absoluto la suerte de los preciados incuna- bles europeos y elzevires que existían en la Biblioteca. Dejemos a un lado lasexcu- sas del portero José Jara, que manifestó que el domingo 9 de mayo, Día de la Ma- dre, había solicitado permiso al señor director para pasarlo con la autora de sus días (La Crónica. 10-V-1943. p. S). El señor Romero que había estado trabajando aquel día en su oficina -"como era de su costumbre" - hasta la una de la tarde. se lo conceáió. Jara se quedó en el festejo hasta el día siguiente, cuando ya era muy tarde, para justificar su ausencia. 7. Memoria de Ia Biblioteca Nocíona/. Lima, 1884. p. 4. Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.32-33, 1987

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