Fénix 48, 161-178

162 F énix . R evista de la B iblioteca N acional del P erú , N.48, 2020 En el jardín del texto ¿Qué sucede con nosotros cuando leemos? ¿Qué relaciones se intercambian cuando empezamos a recorrer el sendero tejido por las palabras? ¿Qué riesgos corremos al adentrarnos por sus laberintos? En el diálogo socrático llamado Fedro (Platón, 1977), Fedro y Sócrates se reúnen para que el primero lea un discurso que acaba de escu- char. Ese diálogo nos presenta varias analogías entre algunas historias que cuenta Sócrates y la escritura, además de la lectura. Vayamos primero con las que se refieren a la escritura. Sócrates, luego de escuchar el discurso de Lisis leído por Fedro, nos remonta al mo- mento de la invención de la escritura realizada por el dios egipcio Toth. En este relato que cuenta Sócrates, se dice que la palabra escrita atrofia y borra lo que fuera apren- dido, al sustituir lo que pertenece a la propia alma de una historia o un discurso: la oralidad. Por ejemplo, la escritura puede dar palabras a los lectores para que repitan el texto sin entender lo que se ha leído. Eso parece sucederle al propio Fedro durante el diálogo socrático luego de leer el discurso de Lisis. Sócrates menciona que la escritura reposa sobre el potencial iconográfico del lenguaje y eso representa una osificación de la vida original y orgánica del lenguaje que estaba vivo. La escritura congela y, por tan- to, termina con la vida del discurso al traducirla en una imagen. Esta primera historia describe una característica que tiene la palabra escrita según Sócrates: volver estático algo que en principio era dinámico. Otra historia que Sócrates recuerda, y que refuerza cierto riesgo que implica la palabra escrita, es la de un famoso rey. Midas, rey de Frigia, como sabemos, murió de hambre debido a que el extraño poder que le había otorgado el dios Dionisio le hacía convertir todo lo que tocaba en oro. Sócrates compara la trágica muerte de Midas con la historia de un pequeño animal llamado cigarra, quien también muere de deseo. Se- gún cuenta, algunos seres humanos se habían enamorado tanto del maravilloso canto de las Musas que se olvidaron de comer y beber hasta que la muerte los sorprendió. Para honrarlos, las Musas los transformaron en cigarras, animales que pasan su vida cantando para luego morir. Las cigarras también mueren obnubiladas en su propio deseo. Sócrates le advierte a Fedro que al leer un texto puede morirse de ese mismo deseo. Por ejemplo, si Sócrates tuviera alguna pregunta sobre el discurso de Lisis, algún comentario o cuestionamiento que implique extender el diálogo, Fedro sería incapaz de responderla puesto que solo el propio Lisis podría dar cuenta de ello, por ser el autor. Parecería pues que la palabra escrita no es más que una sombra, una efigie, algo petrificado, de lo que fue alguna vez un discurso vivo. Sócrates va a recordar una última historia, pero ya no se relaciona con la escritura, sino con la lectura. Trae al diálogo con Fedro el recuerdo de los famosos jardines de Adonis. Durante el festival que celebra del día de Adonis, amante de Afrodita, los griegos se encargaban de plantar semillas en pequeños recipientes de barro y hacerlas crecer lo más rápido posible. El objetivo era que las plantas crecieran sin raíces sufi- Un espacio para los lectores

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