Fénix 48, 161-178

165 F énix . R evista de la B iblioteca N acional del P erú , N.48, 2020 Rabi Israel de Rischin tuvo que enfrentarse a la misma tarea, permaneció en su castillo, sentado en su trono dorado, y dijo: «No sabemos ya encender el fuego, no somos capa- ces de recitar las oraciones y no conocemos siquiera el lugar en el bosque: pero de todo esto podemos contar la historia». Y, una vez más, con eso fue suficiente (Scholem, AÑO, como se citó en Agamben, 2016, p. 11). Giorgio Agamben, quien nos recuerda esta historia, va a mencionar que, de ese modo, toda la literatura es la memoria de la pérdida del fuego. ¿Y por qué nos interesa tanto la memoria de la pérdida del fuego? La historia de la humanidad está ligada al dominio del fuego. Los griegos, grandes inventores de historias, contaban que hubo un héroe llamado Prometeo que, contrariando las órdenes de los dioses, subió a los cielos, les robó el fuego y se lo dio a los hombres. Y fue así que comenzó nuestra histo- ria. Sin el fuego, nuestro mundo, según esta mitología, no existiría. La literatura, por ser la memoria de la pérdida de ese fuego —los millones de relatos que se crearon de nuestra humanidad—, tampoco podría existir sin ese fuego. La literatura lleva consigo la memoria del fuego, pero ¿cuál es su propio origen? «Hay una cosa formada confusa- mente, nacida antes que el Cielo y la Tierra. Silenciosa y vacía. Está sola y no cambia, gira y no se cansa. Es capaz de ser la madre del mundo» decía Lao Tsé (como se citó en Montes, 2017, p. 15). ¿La literatura podría surgir de este vacío, de esta ausencia, de este olvido, de este silencio? No es exagerado admitir que «la literatura comienza en el momento en que ella se torna una pregunta» (Blanchot, 2007, p. 310). ¿Es la literatura misma la que se torna pregunta? La pregunta es ausencia, la ausencia de una revelación y por tanto es el silen- cio, es la nada, es el vacío. Un poderoso movimiento negativo dentro de este vacío es lo que permite que la pregunta por la literatura se torne una inminencia y se convierta en acontecimiento. La literatura dormía en esa especie de cosmos infinito donde reina la oscuridad y gracias a ese movimiento negativo, avance y retorno permanentes, lo que dormía en la noche despertó al amanecer. A ese paso entre la noche y el día, que aparece por la urgencia y la revelación ante una pregunta, que aparece desde la nada, la llamamos obra: un libro. ¿Pero de qué está hecha una obra? Según Hamlet, él lee solo «palabras, palabras, palabras». Y entonces, ¿qué son las palabras? ¿Qué se guarda en cada una de ellas? La palabra-alma Para el crítico literario francés Blanchot: La literatura está dividida entre dos tendencias: una que se enfrenta a un movimiento de negación y la otra que tiene la preocupación por la realidad de las cosas, por su exis- tencia desconocida, libre y silenciosa y que simpatiza con la oscuridad y con la pasión sin objetivo (2007, p. 312). Juan José Magán Joaquín

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